Voluntad y naturaleza en Shanxi: la lección de Grace Vineyard
El gran vino es el resultado del terroir. Los humanos son impotentes frente a la magia de la naturaleza. Si no se dan una serie de circunstancias climáticas y de suelo muy particulares, que por fortuna o por designio divino son particularmente frecuentes en Francia y, en menor medida, en los países clásicos de Europa, no se puede hacer buen vino. Se necesitan siglos para destilar el alquímico connubio entre hombre y tierra que se llama terroir. Estoy seguro que el lector ha oído y leído esashistorias muchas veces. Con una visión metafísica de un producto tan humano como el vino, muchos productores tradicionales pretenden convencernos que solamente su vino es buen vino porque viene de un sitio único que transciende al productor, y que el resto del mundo solo puede aspirar a remedarlos.
Pero la evidencia histórica nos dice que las grandes regiones del vino representan unos modelos de paisaje de máxima intervención humana, de hecho son paisajes inventados por personas que querían hacer vino, y la evidencia biológica demuestra que la viña es una planta domesticada y transformada por el hombre. El vino es, afortunadamente, mucho más que un capricho de la naturaleza.
Los grandes vinos son tan hijos de la voluntad como de la naturaleza. Les cuento una historia que lo demuestra.Un señor se hace muy rico comerciando con hierro y carbón en la provincia de Shanxi, China. Este señor es uno de tantos que deciden dedicar parte de su fortuna y vida a producir vino. Tras algunas vacilaciones, decide que no hay mejor sitio para realizar su sueño que su tierra de adopción, y crea su viñedo y bodega en la comarca de Taigu en Shanxi.
El sitio elegido es el mejor desde el punto de vista emocional, pero está lejos de ser perfecto para producir vino de calidad según los libros de texto. El clima seco obliga a instalar regadío, y la mala distribución de la lluvia, la mayoría en verano, aumenta los riesgos de podredumbre y la frecuencia de tratamientos. La estación vegetativa es corta; se pasa del verano al invierno en cuestión de pocos días, y ya en octubre las temperaturas nocturnas son gélidas.
Finalmente, el suelo, bastante arenoso, desestructurado y profundo, más de cien metros, no presenta más ventaja que drenar rápidamente el agua. Quizás es por ello que Denis Boubals, un gran enólogo bordelés ya desaparecido, recomendó plantar Cabernet en esta zona, con esa obsesión tan bordelesa por los suelos drenados. Chun-keung Chan, que así se llama nuestro héroe, lidió con estos problemas con pragmatismo: plantó primero las variedades bordelesas, que son las que mejor venden en China, y luego muchas otras para experimentar continuamente; contrató a los mejores especialistas, como el australiano Ken Murchison, y se dotó de una bodega con el mejor material.
Por si la poca disposición de la naturaleza fuera poco, la sociedad local presentaba desafíos enormes. Para empezar, ni el señor Chan ni nadie pueden tener propiedad de la tierra en China, sino alquileres del estado por 50 años. No parece la mejor motivación para invertir en viñedos que tardan decenios en ser rentables. Luego, nadie en Shanxi sabía cultivar vides para vino de calidad cuando él llegó. Pero estaba fuera de duda que, para que su proyecto fuera adelante, tendría que basar su negocio en la compra de uva a terceros, hoy por hoy unas 600 familias, y en emplear mano de obra local.
Las soluciones vinieron de la mano de uno de los dos ángeles que han llevado GraceVineyard a los cielos, la propia hija del señor Chan, Judy Chan. Con solo 24 años y sin ninguna experiencia en vino, Judy tomó las riendas de GraceVineyard empezando por establecer una relación de confianza mutua y seguridad con los viticultores, la primera condición para el vino de calidad.
Tampoco le bastaron al señor Chan los problemas ambientales y locales. Tuvo que enfrentarse a un tercer problema: la distribución. Cinco compañías estatales dominan el mercado chino del vino, haciendo casi imposible el acceso a competidores. Ante tal situación, el señor Chan enfocó su producción en el vino de calidad, con precios respetables pero no estrafalarios, y concentró su distribución en un área geográfica muy limitada, a través de tiendas suyas. Esto le permitió sobrevivir, hasta que su segundo ángel apareció. Esta vez es un ángel español, Alberto Fernández, el jefe de Torres China, que eligió Grace Vineyard como su entonces único vino chino en su portfolio. La reputación de Torres China en restaurantes y hoteles de lujo ayudó a crear el aura de Grace como mejor vino chino. Torres y Grace incluso produjeron un vino juntos, que tuve oportunidad de catar, un moscatel intenso y sencillo.
A partir de ahí Judy tomó el relevo de la comunicación, y se convirtió en una estrella mediática, transmitiendo una imagen sofisticada muy en línea con la ambición social de sus vinos.
Hoy por hoy Grace Vineyard produce unos 2 millones de botellas, con precios al detalle que van desde los 8€ hasta los 75€ por botella. En una visita reciente pude catar su gama.
Entre los vinos en distribución destaco los siguientes:
- Tasya' reserve Chardonnay'11. En estilo muy moderno, con bastante madera con buen fruto tropical. Precio: 25€
- Tasya's reserve Cabernet-Sauvignon'12. Aromático frutal, redondo, fresco, atractivo. Precio: 39€
- Deep Blue'11 (78%cabernet-sauvignon, 22% merlot). Intenso, muy afrutado, aterciopelado, rico, jugoso. Precio: 40€
- Chairman's Reserve'11 (70%CS, 15% merlot, 15% cabernet-franc). Densamente estructurado, muy fino de aromas en nariz y en final de boca, tenso, de mucha clase. Precio: 74€ (El 2012 es todavía más espectacular, muy finamente tramado).
Sin embargo, mis dos vinos favoritos no están a la venta:
El primero es un blanc des blancs 100% chardonnay del 2009, de gran complejidad y frescura, con preciosa nariz de brioche y cítricos, que llaman Angelina. Judy me dice que prefieren bebérselo a venderlo, lo que entiendo muy bien.
El segundo es un puro aglianico del 2012, el Special Edition Chairman's Reserve. Ken Murchison lo encuentra un poquito flaco, para mí es deliciosamente delicado, canta un origen, plasma el sueño de su padre, el señor Chan, y demuestra que los terroirs son hijos de la unión de naturaleza y voluntad humana.