Portugal se mueve.
La geografía vinícola lusitana esconde maravillosos secretos: variedades autóctonas rescatadas del olvido, viñedos prodigiosos y regiones en alza que bien vale la pena descubrir. Este periplo recorre los puntos de mayor interés en el renovado panorama del vino portugués.
Queda advertido el lector de que no hablaré en este artículo de los famosos vinos fortificados de Oporto y Madeira –que merecen una atención pormenorizada–; puesto que mi objetivo en esta ocasión es abrir los ojos, el paladar y la pituitaria del amable lector a los placeres menos publicitados que depara el vino portugués. Más precisamente, aquellos que se han revelado recientemente: uvas que habían caído en el cajón del olvido y hoy están siendo reivindicadas, viñedos históricos marginados por el voraz turismo, bodegas pequeñas abocadas a producir vinos grandes...
El país de las 500 uvas
Antes de ofrecer las coordenadas necesarias para redescubrir la realidad vinícola de Portugal, es oportuno apuntar un par de datos:
1- Junto a Italia, Portugal es el país más rico del mundo en lo que se refiere a variedades autóctonas, con un enorme catálogo ampelográfico que supera los ¡500! nombres.
2- El otro preciado tesoro de este país es la gran cantidad de viñas viejas que pervive en muchos puntos de la geografía vinícola del país.
Dicho esto, paso a detallar los puntos más interesantes de la realidad vinícola portuguesa, recorriendo el país desde el norte hacia el sur.
La revolución del Douro
El punto de partida no podía ser otro que el Douro, donde crecen las viñas que han alimentado históricamente la producción de los vinos de Oporto. Las terrazas que se asoman vertiginosamente al río Douro, dando lugar a uno de los paisajes vinícolas más bellos del mundo, han sido también el epicentro de la gran revolución que se gestó en Portugal a partir de la década de 1990, cuando muchas de las bodegas dedicadas ancestralmente al oporto comenzaron a producir también vinos de mesa, mayormente tintos, con las mismas uvas que componen los tawnys, vintages y demás fortificados: tinta barroca, tinta roriz, tinto cão, touriga franca y touriga nacional, además de algunas blancas: gouveio, malvasia fina, rabigato, viosinho...
De aquel sonado movimiento que cambió la cara del Douro proceden algunas de las etiquetas portuguesas que hoy gozan de mayor demanda y prestigio en los mercados internacionales, como Batuta, Charme (Niepoort), Vale Meão, Pintas o Vinha María Teresa (Quita do Crasto).
En todo caso, se equivoca quien cree que no hay nada nuevo en el entorno del Douro: antes de afirmar tal cosa, que pruebe los tintos raciales, asilvestrados –y no por eso menos elegantes– que elabora Antonio Mendes en su Quinta do Javali, o el fresco y finísimo Bastardo de Conceito Vinhos.
Los colores del Vinho Verde
A similar latitud que la D.O. Douro, pero asomada al Atlántico, se localiza la región del Vinho Verde, que con sus 34.000 hectáreas constituye una de las denominaciones de origen más extensas de Portugal. Abocada tradicionalmente a blancos y tintos más bien sencillos, frescos, ligeros y con una generosa acidez, en los últimos años esta zona ha experimentado una saludable metamorfosis, gracias a la determinación de viticultores puristas que han conseguido incrementar la calidad y subrayar el carácter de este territorio aplicando prácticas vinícolas más rigurosas, y respetuosas con el medio ambiente. De hecho, una buena parte de las bodegas que hoy destacan en el escenario del Vinho Verde comulgan con los postulados bio, como Aphros Wines o Quinta do Soalheiro.
Aunque la uva reina de esta región es la blanca alvarinho, su mosaico varietal incluye también tintas (borraçal, espadeiro, vinhão) y otras blancas, como la trajadura o la loureiro. Esta última da lugar a Clip, uno de los vinhos verdes más sobresalientes de la nueva generación.
El carácter del Dão
Al sur de la región del Douro, en tierras interiores, se sitúa Dão, la comarca vinícola que actualmente despierta el mayor entusiasmo entre los buenos conocedores del vino portugués. Sus viñedos, enmarcados por sistemas montañosos, se fragmentan en minúsculas parcelas en las que conviven variedades blancas (encruzado, bical, cercial, rabo de ovelha...) y tintas (touriga nacional, afrocheiro, jaen, baga, bastardo...). El conjunto de todas ellas conforma un complejo puzzle, que permite a los viticultores más comprometidos con la identidad de este privilegiado terruño firmar vinos interesantísimos, como los que produce Alvaro Castro en Finca da Pellada, las rarezas del cirujano Antonio Canto Moniz (Vinha Paz) o el tinto Vinhas Vellas del ingeniero parisino –de origen lusitano– Antonio Madeira.
Bairrada, terroir privilegiado
Otra región en alza es Bairrada, limítrofe con Dão, aunque más próxima a la costa atlántica. Ambas denominaciones comparten una buena parte de su catálogo ampelográfico; sin embargo, como el clima de Bairrada goza de una mayor influencia atlántica, sus vinos son más frescos y etéreos, aunque no exentos de complejidad. En tiempos recientes, la privilegiada situación de Bairrada y su potencial para dar origen a vinos de gran calidad a atraído hasta esta zona a unas cuantas celebridades, como el propio Dirk van der Niepoort o Luis Pato, gran valedor de la variedad baga.
Colares, Bucelas y Carcavelos, víctimas del turismo
En el centro de Portugal, orientadas hacia el océano, se sitúan las zonas vinícolas que más han sufrido el acoso del desarrollo turístico y la especulación inmobiliaria. La más afectada ha sido Colares, a tiro de piedra de Lisboa, cuyo viñedo llegó a ocupar 1500 hectáreas en la década de 1930. Hoy sólo sobreviven 18, una extensión escasa pero que permite albergar la esperanza de que los finísimos tintos de Colares –longevos y elegantes como un gran Borgoña– no acaben cayendo definitivamente en el olvido. Adega de Colares, A Serenada, Quinta da Serradinha, Quinta do Penedo do Salto y Casal do Paço son las bodegas que persisten en mantener viva la memoria de Colares y su variedad emblemática, ramisco.
Bucelas, conocida por la excelencia de blancos –de variedad arinto– es otra de las comarcas históricas del vino portugués que a punto han estado de desaparecer y hoy comienza a repuntar, al igual que Carcavelos, que ha vuelto a la vida gracias a la actividad de un único productor, Villa Oeiras.
En el entorno de Lisboa, por cierto, hay otras bodegas de interés, como Casal Figueira, que rinde homenaje a su fundador con el blanco Antonio, elaborado con una uva rara y escasa, vital.
Setúbal y Alentejo
Para concluir este periplo por Portugal citaré dos de las regiones vinícolas que se asientan al sur de la capital. Una de ellas es Setúbal, origen de uno de los vinos históricos más reputados del país, el Moscatel de Setúbal, que tiene en la bodega José María da Fonseca –fundada en 1834– su más célebre representante.
La otra es Alentejo, pujante D.O. que en sus 34.000 hectáreas de viñedo acoge bodegas de todo tipo, desde proyectos ambiciosos orientados a producir vinos de perfil cosmopolita –que incorporan syrah, chardonnay y otras uvas recurrentes en el viñedo global– hasta viticultores puristas empecinados en salvaguardar el vinho de talha, fiel representante de la tradición vinícola alentejana.