Uva Malvasía, la leyenda renacida

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Los viñedos de uva malvasía que crecen en diferentes rincones de las islas Canarias ofrecen una larga gama de vinos –desde blancos secos hasta espumosos, pero sobre todo unos dulces de ensueño– que bien vale la pena probar y preservar como una de las joyas vinícolas de España.

Lo sabemos: el vino ya no es lo que era. Y el mundo, tampoco. Hoy, la información viaja más rápido que los propios vinos. Y como consecuencia de ello, la difusión de las técnicas vinícolas ha roto el monopolio de las regiones productoras tradicionales. La calidad ya no es privilegio exclusivo de nadie y vinos cada vez más correctos –e inevitablemente parecidos entre sí, qué remedio– afloran por todo el planeta como clones.

Para no aburrirnos, una de pocas alternativas que nos quedan es recuperar los sabores y aromas de los vinos históricos.

En el caso de los dulces de malvasía que se elaboran en las islas Canarias, la experiencia es aún más emocionante, porque estos vinos a punto han estado de extinguirse y hoy renacen con fuerza, exhibiendo todo su poder de seducción.

La moda de los vinos griegos

En honor a la verdad, hay que decir que los canarios no son los únicos que se han beneficiado de las virtudes de la vieja malvasía, una de las variedades más antiguas de cuantas se conocen.

Nacida en algún recóndito viñedo del Asia Menor –su nombre hace honor al puerto de Monemvasía, en el sur del Peloponeso–, su cultivo fue abundante en la isla de Creta mucho antes de que los comerciantes venecianos del siglo XIII promovieran la moda de los “vinos griegos”, dulces y aromáticos. Su éxito fue tan grande que incluso las tiendas que los vendían acabaron por recibir el nombre de “malvasías”.

Gracias a esa popularidad, las cepas de esta uva se expandieron por todo el Mediterráneo y también por los dominios del Atlántico: Madeira y Canarias.

El cénit de su fama llegó en el siglo XVI, cuando en los comercios de Londres crecía la demanda de Canary Sack –el histórico dulce producido en las islas Canarias con esta uva– así como de los nobles vinos de Madeira.

Amén de su querencia insular, la malvasía también se cultiva en los viñedos de la península: en el Levante, Rioja y Navarra, aún sobreviven algunas cepas de una uva que llaman malvasía, pero que nada tiene que ver con la de los vinos canarios. Lo mismo puede decirse de la subirat parent, tal como se conoce a la malvasía en algunas zonas de Cataluña. Por el contrario, la uva que ha dado fama a legendarios dulces de Sitges es la misma –según recientes estudios del ADN de la variedad– que crece en la isla de La Palma.

Apogeo y caída del Canary Sack

Yendo por fin al grano (de uva), diré que la malvasía que aquí nos ocupa se cultiva en las islas Canarias desde que el portugués Fernando de Castro plantara las primeras cepas, a finales del siglo XV. El apogeo del Canary Sack –vino dulce envejecido en roble, de generosa acidez y final amargo– en los mercados británicos se produjo un siglo después, cuando tan sólo Tenerife exportaba más de cuatro millones y medio de litros de este vino.

Pero a los viticultores de las islas no les dio tiempo a disfrutar del momento de esplendor, porque tras unas cuantas décadas de bonanza, los litigios entre las coronas de España e Inglaterra motivaron que los británicos prefirieran centrarse en el comercio de los vinos de Madeira.

En la crisis que provocó el declive los Canary Sack hay un episodio que confirma la presencia de saboteadores en las islas. En la villa tinerfeña de Garachico, la noche del 3 de julio de 1666, “trescientos o cuatrocientos enmascarados violentaron las puertas de las bodegas y destruyeron las barricas, derramando el vino, de forma que se originaban arroyos en las calles, provocando una de las inundaciones más extrañas que se puedan leer en los anales del mundo”, según relata el historiador José de Vieira y Clavijo. ¿Serían aquellos vándalos unos antepasados de los hooligans? Pues no, más bien al contrario: a pesar de las restricciones, los canarios se las estaban apañando para seguir exportando sus vinos y por lo visto las autoridades españolas recurrieron a los “enmascarados” para darles una lección. En cualquier caso, el episodio enfadó tanto a Carlos II de Inglaterra como para que ordenara “ningunos vinos, ni otras manufacturas o mercancías (…) de las Islas de Canaria (…) entrarán de hoy en adelante en este nuestro Reino”.

Para colmo de males, a esa medida se sumaron los desastres naturales: una plaga de oídio, en 1852, y otra de mildiu, en 1878, se enzarzaron con los viñedos de las islas y el Canary Sack cayó en el cajón de los juguetes rotos.

Una cata de ensueño

Gracias al Dios Baco, con el resurgimiento de la viticultura canaria –a partir de los años 90 del pasado siglo–, la vieja malvasía ha tenido una nueva oportunidad. Los héroes de esta historia son las nuevas generaciones de viticultores de las islas, que han generado un gran dinamismo en las 11 denominaciones de origen que actualmente tiene esta comunidad.

Todos ellos rinden pleitesía a nuestra anciana dama, la malvasía, que vuelve a protagonizar vinos de toda clase y estirpe, no sólo los gloriosos dulces elaborados con técnicas ancestrales (o innovadoras, que también los hay), sino blancos secos, semidulces y hasta algún sorprendente espumoso, como el que elabora en Lanzarote la bodega El Grifo.

Sirvan estas cifras para comprobar que la malvasía vuelve a reinar en Canarias: en el año 2012, se contaron hasta 1347 vinos elaborados con esta variedad en las islas, firmados por 32 bodegas.

Hace unos años, el joven sumiller canario Álvaro Prieto, que entonces ejercía como sumiller en el hotel Abama de Tenerife, me hizo tocar el cielo con el paladar ofreciéndome una cata de diversos vinos de malvasía en la terraza de uno de los restaurantes del hotel, coincidiendo con la puesta del sol.

Así, en un escenario de ensueño, pude comprobar que la rica diversidad de los viñedos de las diferentes islas, fundamentada en terruños y microclimas muy característicos, da lugar a una gama extraordinaria de vinos de malvasía.

Otro sumiller de origen canario, Javier Gila, me apunta un dato interesante respecto a esta diversidad: las últimas investigaciones relativas al ADN confirman que en Canarias conviven dos tipos de malvasía, la llamada “volcánica”, que crece en Lanzarote y es un cruce natural entre malvasía y la uva autóctona marmajuelo; y la "aromática", que domina los viñedos de La Palma y el norte de Tenerife y es la auténtica descendiente de la malvasía Candía que se cultivaba en Creta.

Héroes de la diversidad

Volviendo a mi cata en el hotel Abama, aún conservo en la memoria los que vinos que más me impresionaron en aquel mágico atardecer. Entre los tinerfeños, el Viñátigo Dulce de la D.O. Ycoden-Daute-Isora, maduro y con recuerdos especiados, y el Malvasía Domínguez, de Tacoronte, con un carácter fresco y balsámico. Muy distinto a estos es el Canari, con el que las bodegas El Grifo de Lanzarote quiere recuperar el estilo del antiguo Canary Sack, y que gracias a su paso por la barrica ofrece un perfil tostado, con recuerdos de ebanistería. Aunque mis favoritos son los de la isla de La Palma, como el Dulce Carballo, un vino complejo, con recuerdos de fruta escarchada y un final de boca ligeramente salino. O el Tamanca Dulce, denso y estructurado.

La dimensión de estas joyas se comprende cabalmente cuando se conocen las grandes dificultades que tienen los viticultores canarios para producir sus vinos. En Lanzarote, por ejemplo, se los llama “conejeros”, porque en busca de la tierra vegetal –en un paisaje dominado por las cenizas volcánicas– realizan unos hoyos en forma de embudo, que a veces superan los dos metros de profundidad para plantar la vid. Luego, para proteger a las plantas del azote de los vientos del Levante, construyen un muro semicircular de piedra, de 60/70 cm de altura. ¡Un fortaleza para cada cepa!

Y en La Palma no lo tienen más fácil, cultivando sus viñedos en bancales situados en pendientes pronunciadas, en parcelas minúsculas y de difícil acceso. Sin duda, allí la vendimia es un acto de valientes.

Benditos sean estos héroes de la malvasía, que han conseguido que podamos seguir disfrutando de unos vinos sin parangón en el ancho viñedo global.

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