En busca del gran blanco español
Desde el culto a la chardonnay hasta la recuperación de las variedades autóctonas –godello, albariño, garnacha blanca, xarel.lo, etc.,–, en poco más de una década las bodegas españolas han cambiado radicalmente su perspectiva para crear grandes vinos blancos en un país tradicionalmente dominado por los tintos
Con permiso de los venerables vinos de Jerez, España ha sido sobre todo un país de tintos. Tanto en los afectos del bebedor autóctono −siempre fiel a absurda sentencia que asegura que “el mejor blanco es un tinto”− como en la apreciación de los mercados internacionales, que históricamente han reclamado a las bodegas españolas los vinos rojos como una secuencia lógica de la pasión del flamenco, los toros y el sol del Mediterráneo.
No siempre fue así, desde luego. Hubo un tiempo en el que incluso en Rioja el vino blanco era considerado como más elegante y adecuado para los señores de paladar fino. En sus Noticias históricas de la muy noble y muy leal Ciudad de Haro, Domingo de Hergueta confirma la antigua supremacía del blanco sobre el tinto, incluso en niveles de producción: en 1669, se recogieron en Haro 36.266 cántaras de vino blanco y tan sólo 6.733 de tinto.
Una diferencia significativa, aunque hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos estaba muy difundida la costumbre de tintar los blancos para obtener claretes, con el objetivo de eludir así el mayor gravamen que existía sobre los blancos, justamente por considerarse más finos.
Odiosas comparaciones
Mucha agua ha corrido desde entonces −o mucho vino, más bien− como para invertir los papeles y que en toda la geografía española se considerase a los vinos tintos como una bebida sustancialmente superior.
A esta idea contribuyó, claro, la modesta calidad de los blancos, que salvo contadas excepciones −ciertos vinos gallegos y algún clásico de Rioja− hasta hace poco apenas han alcanzado el aprobado. En honor a la verdad, aún son pocos los blancos españoles capaces de medirse con un Puligny Montrachet, un gran riesling renano o un suculento semillon bordelés, por citar tan sólo algunos ejemplos de blancos notables del mundo.
Hubo un tiempo en el que incluso en Rioja el vino blanco era considerado como más elegante y adecuado para los señores de paladar fino
Pero los tiempos cambian (y todo llegará, añado, en un rapto de optimismo). Y así como en las últimas décadas hemos asistido al despegue de los tintos de calidad en todo el viñedo español (ya no sólo en las regiones de mayor prestigio histórico, como Rioja o la Ribera del Duero), también ha llegado el momento de que los blancos den la talla.
A ello están abocados algunos viticultores y enólogos visionarios, que se empeñan en elaborar grandes vinos, superando el concepto de blancos sencillos y refrescantes como los que suelen llegar de Rueda y Rias Baixas (con tan buen resultado comercial, por cierto).
El modelo borgoñón
Hay que decir, eso sí, que en los últimos quince años la perspectiva para dar con el gran blanco español ha cambiado de forma radical. Porque si hasta los últimos estertores del siglo pasado, los bodegueros vernáculos miraban hacia Francia a la hora de encontrar el modelo –y también las variedades– que pudiera inspirarles para encontrar el blanco soñado, en la última década se comprobó que la grandeza ya estaba en casa. Que era posible elaborar blancos de altura a partir de uvas autóctonas: albariño, godello, garnacha blanca, viura, xarel.lo, verdejo...
De aquella obsesión por el modelo francés –o borgoñón, más precisamente– persisten ejemplos notables, como el venerado Chivite Colección 125 Chardonnay FB o los blancos "de finca" de bodegas Torres, Milmanda y Fransola.
El de Chivite es quizás el arquetipo más exacto del gran chardonnay español, y fue lanzado en el año 1985 para conmemorar el 125º aniversario de la primera exportación que realizó la bodega navarra. Aunque en ese momento no se hicieron públicos los pormenores del nacimiento de este vino, ya se sabe que los Chivite acudieron al eminente enólogo bordelés Denis Dubourdieu para conseguir su objetivo. "Querían que les ayudase a elaborar un gran blanco español –recuerda el francés–, que fuera capaz de envejecer con elegancia. Cuando comprobé que las viñas de chardonnay de esta propiedad estaban plantadas en suelos calcáreos, en un clima continental y una altitud media de 500 metros, supe que teníamos que seguir el modelo borgoñón para obtener el gran blanco con el que soñaban los Chivite.”
En cuanto a Torres, consagró dos de sus viñedos emblemáticos –el que se encuentra junto al castillo de Milmanda, en la D.O. Conca de Barberà y la finca Fransola, en Santa María de Miralles, en el Alt Penedès– para producir dos ambiciosos monovarietales, uno de chardonnay (Milmanda) y otro a partir de sauvignon blanc (Fransola).
Con una calidad contrastada y buen potencial de guarda, estos vinos de Chivite y Torres reinaron en la España blanca durante largos años, y aún siguen en la elite, sin que nadie se planteara si realmente resultaban representativos de la viticultura de este país.
Hay que decir que, durante esos años, la chardonnización era la tendencia vigente en todo el viñedo global. Y España no era una excepción. Al menos, hasta que comenzaron a asomar otros blancos ambiciosos, producidos, estos sí, con uvas autóctonas.
La insospechada longevidad de la verdejo
El primero en dar la campanada fue Belondrade y Lurton, producido en Rueda también según el modelo borgoñón, que atiende a una cuidadosa fermentación y crianza en barricas. Pero, a pesar de estar firmado por un francés –Didier Belondrade– este vino revolucionó la España Blanca porque demostró que se podía aspirar a la grandeza utilizando una uva local, en este caso la verdejo. Dos décadas después, son unos cuantos los blancos de Rueda que han seguido el ejemplo de Belondrade, fermentando los mostos en barricas en pos de mayor complejidad y longevidad: Ossian, Naiades, José Pariente...
Mientras Rueda descubría esta nueva faceta de la humilde verdejo –hasta entonces considerada apta tan sólo para producir blancos jóvenes y fragantes– en otros puntos del viñedo español sucedía algo parecido.
En Galicia, por ejemplo, donde algunos viticultores visionarios de las Rias Baixas comprobaron que la albariño también podía tener un recorrido más largo, tanto en su expresión como en lo que respecta a su pervivencia en la botella. Así, algunos se atrevieron a pasar sus vinos por barrica, aunque los que dieron en el blanco optaron por envejecerlos en depósitos de acero y en la propia botella.
Es el caso del Pazo de Señorans Selección de Añada, uno de los más grandes blancos españoles, que llega al mercado tras madurar más de cinco años en la bodega.
Hoy ya hemos podido comprobar que la grandeza de Galicia va mucho más allá de las Rias Baixas. Porque hay blancos grandísimos también en otras zonas. En la Ribeira Sacra, por ejemplo, donde el joven Dominio do Bibei produce dos vinos excelentes, Lapena y Lapola, a partir de godello, albariño y otras uvas. La primera de estas variedades es también protagonista en otra D.O. gallega, Valdeorras, donde se ha revelado como la materia prima perfecta para dar a luz blancos de expresión golosa, glicérica y con buena perspectiva de añejamiento. Uno de los más rotundos ejemplos de la capacidad de la godello de Valdeorras es As Sortes, el blanco que elabora Rafael Palacios, viticultor de larga estirpe.
La xarel.lo más allá del cava
En Cataluña, el redescubrimiento de las uvas autóctonas como materia prima para elaborar blancos de gran calidad tiene varios frentes. En el Penedès, en los últimos años se ha puesto en valor especialmente a la xarel.lo, que ha pasado de ser una tercera parte en la trilogía tradicional del cava –junto a la macabeo y la parellada– a lucirse también como solista en blancos de fino perfil frutal y mineral, que también pueden soportar una crianza en barrica sin perder sus señas de identidad y aspirar a una larga guarda. Es el caso de Initio, una de las referencias más distinguidas del amplio catálogo de la bodega Parés Baltà, elaborado con las uvas que crecen Finca Cal Miret, bajo preceptos biológicos, y madurado sobre lías en barricas de roble francés y húngaro, durante 4 meses.
En otras denominaciones catalanas la apuesta por concebir grandes blancos se ha orientado en torno a la garnacha blanca. Así, en la D.O. Terra Alta, Joan Angel Lliberia –viticultor apasionado donde los haya– produce actualmente uno de los mejores blancos españoles, Edetària, utilizando tan sólo la uva que ofrecen viñedos de más de 60 años plantados sobre dunas fósiles y criando el vino durante ocho meses en botas de roble francés de 300 litros. También en Tarragona, aunque en este caso en la D.O. Montsant, la garnacha blanca adquiere señas de gran nobleza en el Tros Blanc, el blanco que elabora el arquitecto Alfredo Arribas a partir de la fruta que crece en pequeñas parcelas ("trossos", tal como las denominan en la zona), con suelos arenosos y calcáreos.
Como su hermana tinta, la garnacha blanca está ofreciendo muchos otros vinos interesantes no sólo en Cataluña, sino en otros enclaves del viñedo peninsular, como Méntrida. De allí procede el singular Loco, producido por la joven bodega Canopy y "vestido" con una camisa de fuerza de estética frenopática, y cuya primera añada (2011) se agotó en tan sólo unos días.
Volviendo a Cataluña, no se puede cerrar el capítulo de los grandes blancos allí elaborados sin citar dos vinos tan exóticos como placenteros: La Calma y El Rocallís, ambos producidos por Carlos Esteva (Can Rafols dels Caus) a partir de variedades inéditas en el viñedo español: chenin (La Calma) e incroccio manzoni (El Rocallís), esta última un híbrido creado por el profesor italiano Luigi Manzoni a partir de riesling y pinot blanc, de la cual hay plantadas muy pocas hectáreas en el mundo.
La Rioja blanca
Por fin, no se puede especular acerca de los grandes blancos españoles sin tener en cuenta a la capital "tinta" por excelencia de este país: Rioja. Allí perviven blancos elaborados a la vieja usanza, que reivindican el poderío de la variedad viura para envejecer con nobleza, acompañada a menudo de otras uvas autóctonas, como la malvasía o la garnacha blanca. El ejemplo más excelso de este tipo de vinos es el Viña Tondonia Gran Reserva, cuya añada más reciente es ¡1991!
Por suerte, la familia López de Heredia –propietaria de Viña Tondonia– ya no está sola en la defensa del blanco riojano. Existen unos cuantos viticultores de nueva generación que también se han involucrado en llevar al Olimpo a la viura y la garnacha blanca, frente al empuje de otras variedades que están intentando colonizar el viñedo riojano, como la verdejo o la chardonnay. Gracias a ellos, la D.O.Ca. Rioja cuenta con unos cuantos blancos excelsos, entre los que hay que mencionar "Qué bonito cacareaba", de Benjamín Romeo, artífice del laureado tinto Contador, y elaborado a partir de un assemblage dominado por garnacha blanca– y el Mártires de Finca Allende, prodigioso ejemplo del potencial de la viura.
Amén de los vinos mencionados, la nueva geografía de la España Blanca incluye algunos otros más excéntricos, firmados por viticultores tan sensibles como audaces, dispuestos a recuperar uvas olvidadas en el cajón de los recuerdos o experimentar con otras jamás cultivadas en estas latitudes.
El conjunto de todos estos vinos alimenta la esperanza de que, en un futuro no muy lejano, España será, amén de tierra de tintos, también un gran país de blancos. Que el dios Baco así lo permita.