Barbadillo, vino del mar que vino de ultramar

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Nos vamos hasta Sanlúcar de Barrameda a conocer la historia de otra de las bodegas centenarias españolas que sigue gestionada por los herederos de familia fundadora. Se trata de Barbadillo, mirando al mar y al Coto Doñana. A orillas de ese océano Atlántico que tanto tuvo que ver con su fundación.

Antonio Barbadillo

Los antecedentes de los Barbadillo tuvieron mucho que ver con los Siete Infantes de Salas, que la leyenda y el romancero bautizaron como de Lara.

Siglo X, Condado de Castilla. Doña Lambra, señora de Barbadillo y natural de Briviesca era una noble dama castellana, parienta del famoso Fernán González, conde de Castilla, a la que unen en matrimonio con otro noble llamado Rui Velázquez, tío de siete criaturas guerreras, los literarios Infantes. En la boda hubo un altercado entre los parientes de ambas familias que acabó en una muerte violenta. La venganza de esta muerte dio origen a la cruel leyenda de Los Siete Infantes de Lara, y de alguna manera, poca, (sólo son los remotos antecesores de los Barbadillo) al origen, muchos siglos después, de las bodegas sanluqueñas.

El incidente fatal de la boda de Doña Lambra, germen de la leyenda y muerte de los Siete Infantes, hizo que herederos y partidarios de la Señora de Barbadillo, se instalaran en la hermosa población de Covarrubias, bajo la protección de sus parientes los condes de Castilla. Así nos encontramos oficialmente con los primeros usuarios del apellido Barbadillo de la historia, todos ellos asentados en Covarrubias, provincia de Burgos.

Pasan los siglos y un tal Tomás Barbadillo, de Covarrubias por supuesto, ordenado sacerdote, decide emigrar a México a finales del dieciocho, imaginamos que con vocación evangelizadora. Allí consigue hacer una clerical fortuna de gran tamaño. Sobrinos suyos llegan desde tierras castellanas para administrar el importante patrimonio. El sacerdote Barbadillo muere a principios del siglo XIX, y sus sobrinos son los herederos. Los dos primeros que habían ido a ayudarle en la gestión de sus riquezas, reciben una buena parte de la gran herencia. Se llamaban Benigno Barbadillo y Manuel López Barbadillo, primos hermanos.

No hace falta decir que los negocios del “padre” Barbadillo en México eran fuertes, ventas y exportaciones de cacao, frijoles, importaciones de vinos, boticas, inmobiliarias... y es de suponer que fue la cuestión vinatera la que condujo a los dos ricos primos hermanos a la población gaditana de Sanlúcar de Barrameda, a la que nada más parecía llamarles. Allí llegaron ambos primos en 1821. Casi todo el resto de los sobrinos de Don Tomás, el rico sacerdote, que también fueron a México a hacerse cargo de la herencia y negocios, cuando volvieron, ya por cuestiones de independencia del país, lo hicieron la burgalesa y castellana tierra de origen, Covarrubias.

Nace la manzanilla

Sanlúcar 1821. Entonces, la famosa manzanilla de Sanlúcar empezaba a nacer con ese nombre y era verdaderamente incipiente esta nomenclatura, pero tanto en Sanlúcar como en las poblaciones vecinas de Chipiona, Rota, Jerez... los negocios de vinos eran florecientes ya a comienzos del siglo XIX, existiendo bodegas y mercados de vinos dulces, vinos de color, vinos de viso, pajaretes, aguardientes...

Las primeras menciones a la manzanilla en la firma Barbadillo datan del 1827 reflejadas de tal manera en un envío nada menos que a Filadelfia. Al parecer el primero que así nombró al vino blanco sanluqueño, muy pocos años antes, fue el gran Esteban Boutelou, sabio botánico nacido en Aranjuez, que por encargo de Godoy llegó a Sanlúcar a montar un jardín botánico de aclimatación. Estudió profundamente las prácticas enológicas de Sanlúcar de Barrameda y con todo ello construyó un delicioso manual que es un verdadero libro de cabecera para todos los estudiosos del tema. La primera vez que vio la luz creo que fue, precisamente, por iniciativa de Bodegas Barbadillo, que lo editó con excelente y sensible criterio.

Al hilo de esta nomenclatura, se constata que el nombre procede del parecido que tiene el aroma del vino blanco sanluqueño con la flor de la planta de la camomilla. Nada que ver con las aceitunas, ni con las manzanas pequeñas, ni con un pueblo de Huelva llamado manzanilla (Huelva durante años perteneció al Ducado de Medina Sidonia, cuya capital era Sanlúcar) Y hablando de aceitunas manzanillas, me contaron una simpática anécdota de un exportador de este vino que envió a unos clientes ingleses un barrilito de aceitunas manzanilla en salmuera como regalo, por Navidad.

Al poco tiempo, el importador inglés, muy preocupado, le llamó comunicándole qué el vino se había estropeado muchísimo, que estaba turbio y muy salado y además tenía muchos, grandes y extraños cuerpos en suspensión! Esta anécdota viene a reflejar, al margen de su lado humorístico, que en Inglaterra se debía conocer más la manzanilla sanluqueña que la variedad de aceitunas, por cierto, tan sevillanas, como la manzanilla. ¿Qué fue antes el huevo o la gallina, la manzanilla aceituna o la manzanilla vino? Sin duda, la aceituna.

La primera piedra de Don Benigno

Don Benigno y su primo compraron por aquellos años la primera bodega a otro negociante y productor de Sanlúcar, y fue esta compra la verdadera primera piedra del actual y gran complejo de bodegas pertenecientes a la familia y a la sociedad Barbadillo, que ocupan cientos y cientos de hectáreas dentro del casco histórico de Sanlúcar de Barrameda. Don Benigno debió ser personaje de gran valía, sin duda protagonista principal en esta historia. Se casó ya cuarentón con una montañesa, de familia santanderina y tuvo cinco hijos. Sólo vivieron dos y uno de ellos, Manuel, fue el continuador de la saga bodeguera que iba creciendo y creciendo.

A su vez, Manuel se casó con una sanluqueña de gran porte y poderío y el matrimonio tuvo otros cinco hijos, todos varones, de los cuales Antonio creó la sociedad con el nombre de Antonio Barbadillo S.A. que hoy ha derivado en Bodegas Barbadillo, sin más. Se fueron comprando numerosos cascos (así se denominan en la zona a los grandes edificios de crianza, de gran altura y belleza, también conocidos como las catedrales del vino) y el negocio se fue afianzando de manera espectacular.

Estamos en los principios del siglo XX, en los felices años XX y ya la manzanilla como tal existía, con su flor, sus levaduras, su peculiar sistema de envejecimiento aunque todavía no existía la Denominación de Origen ni el Consejo Regulador -que es el mismo que el de Jerez- y sus características actuales. Desde hacía muchos años, más o menos cien, desde tiempos de aquel ínclito Don Benigno que llegó de México, el negocio vinatero de la familia había embotellado una manzanilla ya oficialmente conocida como tal, con el nombre de Divina Pastora.

De los cinco hijos de D. Antonio y Doña Caridad Rodríguez Terán, dama principal de la ciudad, heredera de buena fortuna, nacieron los muchos nietos que hoy conforman y rigen esta importante firma bodeguera andaluza. Uno de ellos Manuel, escritor y poeta además de bodeguero en activo, fue el padre de Toto (Antonio Pedro) uno de los Barbadillo más inquietos, admirados y queridos de la historia actual, al que tuve el honor de conocer. Historiador, con gran sentido del humor, experto en el tema.

A Toto sin lugar a dudas, se debe el gran invento del famoso vino blanco Castillo de San Diego, más conocido por todos como “el blanco Barbadillo” que ha llegado a ser el vino blanco más vendido de todo el país, superando a sus hermanos de bodega, pero no de tipo, las manzanillas. Es más, sus ventas llegaron a ser mucho mayor que la de todos los finos y manzanillas del marco de Jerez. Una bomba que caló en el paladar de todos los consumidores. Se trata de un vino elaborado con la misma uva que se elabora la manzanilla pero con un proceso completamente distinto, sin crianza biológica bajo velo de flor.

El empeño, constancia e incluso testarudez, que todo hay que decirlo y esta vez para bien, de Toto, dio en el blanco.

Por su frescura, frutosidad y ligereza hace magnífica pareja con todos los habitantes del mar, desde los incomensurables langostinos de Sanlúcar de Barrameda famosos en el mundo entero a las exquisitas tortillitas de camarones, que tienen en esta ciudad gaditana sus mejores elaboradores. Al Castilla de San Diego actual, con sus originales, acertadas y atractivas presentaciones de botellas, que hacen clara referencias a crustáceos, moluscos y pescados, se le considera el vino del mar, y del mar llegaron los Barbadillo.

Web: http://www.barbadillo.com/

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