Andorra, país de vinos
Poca gente asocia Andorra con el vino. Y, sin embargo, parecería más que natural que se produzca vino en el Principado, basta recordar algunas condiciones para el vino de calidad.
Ante todo la latitud. Andorra es famosa por sus nieves y fríos, pero su latitud es mucho más baja que la de Suiza, país distinguido entre muchas otras cosas por sus buenos vinos blancos y tintos. Andorra se sitúa de hecho en la misma latitud que la Toscana del Chianti y del Brunello.
Andorra está en medio de los Pirineos, sí, pero ¿no decía Virgilio, como ya mencioné en otro artículo, aquello de Bacchus amat colles, el vino ama las laderas? En Andorra no faltan laderas, de todas las exposiciones y pendientes. El país es de hecho un inmenso paisaje montañoso, con una altitud media de 2000 metros y una altitud mínima de 840 metros. La viña puede dar buenas uvas en algunas laderas bien orientadas de la parte Sur del país, a altitudes por debajo de los 1250 metros.
La climatología es de estacionalidad mediterránea, la de los vinos clásicos: el verano coincide con la estación seca. Cierto, los fríos y las lluvias y nieves llegan a Andorra mucho antes que a Barcelona o Montpellier, y la primavera aparece bastante después, pero este es un problema que los viticultores saben afrontar desde hace milenios, plantando variedades de uva de ciclo corto.
De hecho parece ser que hay evidencia histórica de que hace más de mil años los monjes, esos monjes viñadores que aparecen por toda Europa, producían vino en Sant Julià de Lòria, la ciudad más al Sur y con menos altitud de Andorra.
Lo tenemos todo para un país vinícola, suelos, clima e historia. Pero hasta hace poco no había vino. Podemos apuntar algunas razones para ello. La viña requiere trabajo duro y tarda bastantes años en dar rendimiento sobre el capital invertido. Se invierte en viñas cuando o bien no hay mejores oportunidades de inversión en la tierra seleccionada, o bien se tiene dinero y una pasión tal por el vino que los criterios de rentabilidad son secundarios.
Ninguna de las dos condiciones se dió en Andorra hasta el siglo XXI (aunque haya habido actividad testimonial desde bastante antes). En el siglo XX, el cultivo del tabaco daba unas grandes rentabilidades, gracias a la peculiar política del Principado, oasis de comercio libre de tasas entre Francia y España. En las laderas más escarpadas, mejor era dejarlas para pasto, que se ganaba mucho más con el comercio y, luego, con el turismo. Para la segunda condición, Andorra disfruta ahora de una situación económica privilegiada, que crea el contexto adecuado para que algunos pioneros dediquen su vida y fortuna al vino.
El vino de Andorra podrá ser bueno o malo, pero nunca puede ser barato. Esos paisajes escarpados, esos climas extremos requieren vinos a precios respetables; la sociedad del Principado da gentes que los pueden pagar. Eso es lo que hay ahora en Andorra, una industria incipiente del vino de alta gama. Como tal, presenta la estimulante diversidad de lo que nace. Hay solamente cuatro bodegas, todas ellas pequeñas, que lo único que tienen en común entre ellas es el hecho de ser tanto viñadores como vinateros. En Andorra no hay comercio de uva, el que cultiva la viña vende también el vino.
Cada uno de los viñadores muestra en sus vinos mucho más de su personalidad y de sus sueños que de un terruño que todavía no se ha dejado conocer a fondo.
Borda Sabaté es el productor más antiguo, más grande y el que ha hecho las inversiones más impresionantes. Nunca había visto una microbodega tan bien equipada como la de Borda Sabaté. Además, los viñedos son ejemplo de un magnífico trabajo. Consisten en unas terrazas pacientemente trabajadas en laderas de gran pendiente, con exposiciones estudiadísimas, en un lugar de bello nombre y aún más bella vista, el Solà de la Muxella. Hacen dos vinos, un riesling que llaman Escol (fresco, equilibrado, directo y limpio, a beber en dos-tres años), y un tinto de crianza que llaman Torb, un coupage que incluye la variedad cornalin proveniente de Suiza y canta su origen montañoso en sus toques vegetales y de bayas rojas y su estimulante acidez.
Casa Auvinyà hacen menos de 4000 botellas de tres vinos diferentes. Su blanco, un ensamblaje de albariño, pinot gris y viognier tiene una bella definición aromática, de final sápido de manzanas y cítricos. De los tintos me quedo con el pinot noir 2013, llamado Evoluciò, delicioso, abierto, expresivo, como un borgoña de año fresco.
Celler Mas Berenguer son genio y figura. Uno de sus vinos se llama Cortò-Carlomagno y es, por supuesto, un chardonnay fermentado en barrica. Sus vinos más exitosos son los espumosos. El viñedo es muy curioso, rellenado con suelo de huerta.
[IMG4L]Me encantó el único vino de Casa Beal, llamado Cim de Cel, un puro gewürztraminer rezumando lichis y rosas en nariz, de acidez justa y final preciso.
Cuatro casas, cuatro estilos, muchos vinos, pocas botellas, quizás diez mil en todo el Principado. Un capricho de degustador, una oportunidad para el país, que muestra los productos de su tierra, un sueño para cuatro familias llenas de entusiasmo y amor, un reconocimiento cálido por mi parte. Que sigan adelante, haciendo Andorra.